martes, 9 de marzo de 2010

La viga socialista chilena


x Naomi Klein (Traducción del inglés para Rebelión por Carlos Valladares)


Desde que la desregulación causo un colapso económico de ámbito mundial en septiembre del 2008 y todo el mundo se convirtió de nuevo al keynesianismo, no ha sido sencillo ser un seguidor fanático del economista Milton Friedman. Está tan ampliamente desprestigiada la marca de los fundamentalistas del libre mercado que sus seguidores han desarrollado una creciente desesperación por reclamar victorias ideológicas aunque sean nulamente convincentes.

Tenemos un ejemplo particularmente desagradable a mano. Sólo dos días después de que Chile fuera golpeado por un devastador terremoto, el columnista del Wall Street Journal Bret Stephens informaba a sus lectores de que “seguramente el espíritu...” de Milton Friedman” ... planeaba de manera protectora sobre Chile” porque,” gracias en gran parte a él, el país ha resistido una tragedia que en otro lugar habría sido un apocalipsis... No es por casualidad que los chilenos vivieran en casas de ladrillo –y los haitianos en casas de paja- cuando el lobo llegó y trató de derrumbarlas”.

Según Stephens, las radicales políticas de libre mercado prescritas al dictador Augusto Pinochet por Milton Friedman y sus tristemente célebres “Chicago Boys” son la razón de que Chile sea una próspera nación con “una de las más estrictas normativas de construcción del mundo.”

Hay un problema bastante grande con esta teoría. La normativa de construcción antiseísmos, redactada para resistir terremotos, se promulgó en 1972. Ese año es de un significado enorme porque fue un año antes de que Pinochet alcanzara el poder con un sangriento golpe apoyado por Estados Unidos. Esto significa que la persona que merece el elogio por la ley no es Friedman, o Pinochet, sino Salvador Allende, presidente socialista democráticamente elegido de Chile. (En verdad muchos chilenos merecen el elogio pues las leyes fueron la respuesta a una larga historia de terremotos, y la primera ley fue promulgada en 1930).

Parece significativo, por otra parte, que la ley se pusiera en marcha en mitad de un paralizante embargo económico (“haced gritar de dolor a la economía” famoso gruñido de Richard Nixon después de que Allende ganara las elecciones de 1970). La normativa se instauró al día después en los noventa, bastante después de que Pinochet y los Chicago Boys estuvieran, finalmente, fuera del poder y la democracia fuera restaurada. Una pequeña cuestión: como señala Paul Bruman, Friedman era ambivalente acerca de las normativas de construcción viéndolas como otro atentado contra la libertad capitalista.

En cuanto al argumento de que las políticas de Friedman son la razón de que los chilenos vivan en “casas de piedra” en vez de “paja” está claro que Stephens no sabe nada del Chile pre-golpe. El Chile de los sesenta tenía los mejores sistemas educativo y sanitario del continente a la vez que un dinámico sector industrial y una clase media en rápida expansión. Los chilenos creían en su sistema por lo cual eligieron a Allende para llevar el proyecto aun más lejos.

Después del golpe y la muerte de Allende, Pinochet y sus Chicago Boys hicieron todo lo posible para desmantelar el sector publico de Chile, subastando empresas del Estado y desmembrando las regulaciones financieras y comerciales. Se creó enorme riqueza durante este periodo, pero a un costo terrible: en los primeros ochenta las políticas, prescritas por Friedman, de Pinochet habían causado una rápida desindustrialización, una multiplicación del desempleo por diez y el surgimiento explosivo de inestables y visibles zonas de infraviendas. Llevaron también a una crisis de corrupción y a una deuda tan fuerte que, en 1982, Pinochet se vio forzado a cesar a sus consejeros clave entre los Chicago Boys y a nacionalizar varias de las grandes instituciones financieras desreguladas (¿Suena familiar?)

Afortunadamente, los Chicago Boys no se las apañaron para deshacer todo lo que Allende consiguió. La compañía nacional de cobre, Cudelco, siguió en manos del Estado, extrayendo riqueza para las arcas públicas e impidiendo a los Chicago Boys hacer explotar del todo a la economía chilena. Tampoco llegaron a desmantelar la dura normativa de construcción de Allende, una pasada por alto ideológica de la que todos deberíamos estar agradecidos.

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